viernes, 27 de febrero de 2015

"El discípulo", Oscar Wilde



Cuando murió Narciso, el remanso de su placer se trocó de una copa de aguas dulces en una copa de lágrimas saladas, y llegaron llorando a través de los bosques las ninfas de las montañas, las oréades, para consolar al remanso con su canto.

Y cuando vieron que el remanso se había trocado de una copa de aguas dulces en una copa de lágrimas saladas, soltaron las verdes trenzas de sus cabellos y gritando al remanso le dijeron:

—No nos sorprende que hagas un duelo tal por Narciso, tan hermoso como era.

—¿Era hermoso Narciso? —dijo el remanso.

—¿Quién había de saberlo mejor que tú? —respondieron las ninfas—. A nosotras siempre nos desdeñaba, pero a ti te cortejaba, y solía recostarse en tus orillas e inclinarse a mirarte, y en el espejo de tus aguas reflejaba gustoso su belleza.

Y el remanso respondió:


—Pero yo amaba a Narciso porque, cuando recostado en mis orillas se inclinaba a mirarme, en el espejo de sus ojos veía mi propia belleza reflejada.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario