viernes, 26 de diciembre de 2014

"Maulladores", J. R. R. Tolkien


Los Maulladores viven en sus sombras
como tinta, húmedas y negras,
y lenta y suave su campana toca
cuando te devora la ciénaga.

La ciénaga te traga, si te atreves
a golpear, llamando a su puerta,
mientras miran las gárgolas, sonrientes,
y derraman aguas infectas.

Junto al podrido pantanal lodoso
lloran los sauces encorvados
y los cuervos se yerguen tenebrosos,
y en sus sueños siguen graznando.

Sobre los Montes Mercerros, por fatigoso camino,
donde son grises los árboles, en un valle enmohecido,
a la orilla de un estanque sin viento y marea, oscuro,
sin ver el sol ni la luna, hay Maulladores ocultos.

Los Maulladores moran en sus sótanos
húmedos, fríos y profundos,
y encerrados en ellos, cuentan oro
con solo un candil moribundo.

Mojada la pared, gotea el techo;
por sobre el suelo, sus pisadas
van suavemente, con un chapoteo,
furtivamente hacia la entrada.

Espían con malicia; van buscando
un hueco sus sensibles dedos,
y cuando han terminado, con un saco
se llevan y guardan tus huesos.

Sobre los Montes Mercerros, por la senda solitaria,
allende el pantano Sapio y la sombra de la araña,
por los árboles colgantes, cruzando la hierba de horca,
con Maulladores te encuentras, Maulladores te devoran.

viernes, 19 de diciembre de 2014

¡Chinchín!



Aunque parezca una onomatopeya, chinchín es en realidad una interjección utilizada para acompañar el choque de copas o vasos en un brindis. Esta expresión de cortesía es de origen chino (de ching-ching, que significa algo parecido a 'por favor') y nos ha llegado, según el Diccionario de la Academia, a través del inglés.

Al no ser una onomatopeya, no son apropiadas las grafías propias de ellas, como el guion (chin-chin) o la coma (chin, chin). Se trata de una palabra ya adaptada que se escribe sin espacio y, según las normas ortográficas generales, con tilde en la segunda i.

Fuente: Fundéu (Fundación del Español Urgente)

viernes, 12 de diciembre de 2014

¿Qué es el "queísmo"?


El queísmo es una incorrección gramatical que consiste en la supresión indebida de la preposición de.

En español existen ciertos verbos que exigen en su construcción la presencia de la preposición de. El temor de algunos hablantes a caer en el conocido fenómeno del dequeísmo los lleva a omitir esta preposición en los casos en los que, sin embargo, es obligatoria.

La preposición de no debe omitirse cuando va con verbos que llevan un complemento de régimen (acordarse, alegrarse, arrepentirse, olvidarsede algo o convencer, tratarde algo). Tampoco con sustantivos y adjetivos que necesitan un complemento preposicional (a condición de, con ganas de… y seguro de, convencido de…). Ni con locuciones como a pesar de, a fin de, a condición de, en caso de, hasta el punto de


Hay, por último, verbos que pueden construirse con, o sin, la preposición de. Es el caso de advertir algo a alguien y advertir de algo a alguien; avisar algo a alguien y avisar de algo a alguien; cuidar algo o a alguien y cuidar de algo o alguien; dudar algo y dudar de algo; informar algo a alguien (en América) e informar de algo a alguien (en España).

Para saber cuándo debemos emplear de que, podemos cambiar que por esto. Si queda bien, entonces va de. Por ejemplo: "Estoy seguro de que hoy llueve". "Estoy seguro de esto". 

Fuente: Fundéu (Fundación del Español Urgente), ¡Ay!, ahí hay un error
             

sábado, 6 de diciembre de 2014

"La tienda de equipajes", Ray Bradbury



Cuando aquella noche el dueño de la tienda de equipajes escuchó la noticia, transmitida directamente desde la Tierra en una onda de luz-sonido, le pareció algo muy remoto.

Una guerra iba a estallar en la Tierra.

El dueño de la tienda de equipajes se asomó a la puerta y miró el cielo.

Sí, allá estaba la Tierra, en el cielo nocturno, descendiendo como el sol detrás de las colinas. Las palabras de la radio y aquella estrella verde eran lo mismo.

—No lo creo —dijo el dueño de la tienda.

—Porque usted no está allá —dijo el padre Peregrine, que se había detenido para entretener la velada.

—¿Qué quiere decir, padre?

—En mi infancia era lo mismo —explicó el padre Peregrine—. Nos decían que había estallado una guerra en China y no lo creíamos. China estaba demasiado lejos. Y moría demasiada gente. Imposible. No lo creíamos ni al ver las películas. Bueno, así es ahora. La Tierra es China. Está tan lejos que parece irreal. No está aquí. No se puede tocar. No se puede ver. Es solo una luz verde. ¿En esa luz viven dos billones de personas? ¡Increíble! ¿Una guerra! No oímos las explosiones.

—Ya las oiremos —dijo el dueño de la tienda—. No puedo olvidarme de todos los que iban a venir a Marte en esta semana. ¿Cuántos eran? Unos cien mil en un mes, más o menos. ¿Qué hará esa gente si estalla la guerra?

—Supongo que volverán. Los necesitarán en la Tierra.
—Bueno —dijo el dueño—. Será mejor que sacuda el polvo de las maletas. Sospecho que en cualquier momento habrá aquí un tropel de clientes.

—¿Cree usted que si es esta la Gran Guerra de la que tanto se ha hablado las gentes de Marte volverán a la Tierra?

—Es curioso, padre; pero sí, creo que volverán, todos. Ya sé que hemos venido huyendo de muchas cosas: la política, la bomba atómica, la guerra, los grupos de presión, los prejuicios, las leyes; ya lo sé. Pero nuestro hogar está aún allá abajo. Espere y verá. Cuando la primera bomba atómica caiga en los Estados Unidos, la gente de aquí arriba comenzará a pensar. No han vivido aquí bastante tiempo. No más de un par de años. Si hubieran pasado aquí cuarenta años, todo sería distinto; pero allá abajo están sus parientes, y los pueblos donde nacieron. Yo ya no puedo creer en la Tierra; apenas puedo imaginármela. Pero yo soy viejo. No cuento. Podría quedarme aquí.

—Lo dudo.

—Sí, tiene usted razón.

De pie, en el porche, contemplaron las estrellas. Al fin el padre Peregrine sacó algún dinero del bolsillo y se lo dio al propietario.

—Ahora que lo pienso, mejor que me dé una maleta nueva. La que tengo está muy estropeada...