viernes, 26 de diciembre de 2014

"Maulladores", J. R. R. Tolkien


Los Maulladores viven en sus sombras
como tinta, húmedas y negras,
y lenta y suave su campana toca
cuando te devora la ciénaga.

La ciénaga te traga, si te atreves
a golpear, llamando a su puerta,
mientras miran las gárgolas, sonrientes,
y derraman aguas infectas.

Junto al podrido pantanal lodoso
lloran los sauces encorvados
y los cuervos se yerguen tenebrosos,
y en sus sueños siguen graznando.

Sobre los Montes Mercerros, por fatigoso camino,
donde son grises los árboles, en un valle enmohecido,
a la orilla de un estanque sin viento y marea, oscuro,
sin ver el sol ni la luna, hay Maulladores ocultos.

Los Maulladores moran en sus sótanos
húmedos, fríos y profundos,
y encerrados en ellos, cuentan oro
con solo un candil moribundo.

Mojada la pared, gotea el techo;
por sobre el suelo, sus pisadas
van suavemente, con un chapoteo,
furtivamente hacia la entrada.

Espían con malicia; van buscando
un hueco sus sensibles dedos,
y cuando han terminado, con un saco
se llevan y guardan tus huesos.

Sobre los Montes Mercerros, por la senda solitaria,
allende el pantano Sapio y la sombra de la araña,
por los árboles colgantes, cruzando la hierba de horca,
con Maulladores te encuentras, Maulladores te devoran.

viernes, 19 de diciembre de 2014

¡Chinchín!



Aunque parezca una onomatopeya, chinchín es en realidad una interjección utilizada para acompañar el choque de copas o vasos en un brindis. Esta expresión de cortesía es de origen chino (de ching-ching, que significa algo parecido a 'por favor') y nos ha llegado, según el Diccionario de la Academia, a través del inglés.

Al no ser una onomatopeya, no son apropiadas las grafías propias de ellas, como el guion (chin-chin) o la coma (chin, chin). Se trata de una palabra ya adaptada que se escribe sin espacio y, según las normas ortográficas generales, con tilde en la segunda i.

Fuente: Fundéu (Fundación del Español Urgente)

viernes, 12 de diciembre de 2014

¿Qué es el "queísmo"?


El queísmo es una incorrección gramatical que consiste en la supresión indebida de la preposición de.

En español existen ciertos verbos que exigen en su construcción la presencia de la preposición de. El temor de algunos hablantes a caer en el conocido fenómeno del dequeísmo los lleva a omitir esta preposición en los casos en los que, sin embargo, es obligatoria.

La preposición de no debe omitirse cuando va con verbos que llevan un complemento de régimen (acordarse, alegrarse, arrepentirse, olvidarsede algo o convencer, tratarde algo). Tampoco con sustantivos y adjetivos que necesitan un complemento preposicional (a condición de, con ganas de… y seguro de, convencido de…). Ni con locuciones como a pesar de, a fin de, a condición de, en caso de, hasta el punto de


Hay, por último, verbos que pueden construirse con, o sin, la preposición de. Es el caso de advertir algo a alguien y advertir de algo a alguien; avisar algo a alguien y avisar de algo a alguien; cuidar algo o a alguien y cuidar de algo o alguien; dudar algo y dudar de algo; informar algo a alguien (en América) e informar de algo a alguien (en España).

Para saber cuándo debemos emplear de que, podemos cambiar que por esto. Si queda bien, entonces va de. Por ejemplo: "Estoy seguro de que hoy llueve". "Estoy seguro de esto". 

Fuente: Fundéu (Fundación del Español Urgente), ¡Ay!, ahí hay un error
             

sábado, 6 de diciembre de 2014

"La tienda de equipajes", Ray Bradbury



Cuando aquella noche el dueño de la tienda de equipajes escuchó la noticia, transmitida directamente desde la Tierra en una onda de luz-sonido, le pareció algo muy remoto.

Una guerra iba a estallar en la Tierra.

El dueño de la tienda de equipajes se asomó a la puerta y miró el cielo.

Sí, allá estaba la Tierra, en el cielo nocturno, descendiendo como el sol detrás de las colinas. Las palabras de la radio y aquella estrella verde eran lo mismo.

—No lo creo —dijo el dueño de la tienda.

—Porque usted no está allá —dijo el padre Peregrine, que se había detenido para entretener la velada.

—¿Qué quiere decir, padre?

—En mi infancia era lo mismo —explicó el padre Peregrine—. Nos decían que había estallado una guerra en China y no lo creíamos. China estaba demasiado lejos. Y moría demasiada gente. Imposible. No lo creíamos ni al ver las películas. Bueno, así es ahora. La Tierra es China. Está tan lejos que parece irreal. No está aquí. No se puede tocar. No se puede ver. Es solo una luz verde. ¿En esa luz viven dos billones de personas? ¡Increíble! ¿Una guerra! No oímos las explosiones.

—Ya las oiremos —dijo el dueño de la tienda—. No puedo olvidarme de todos los que iban a venir a Marte en esta semana. ¿Cuántos eran? Unos cien mil en un mes, más o menos. ¿Qué hará esa gente si estalla la guerra?

—Supongo que volverán. Los necesitarán en la Tierra.
—Bueno —dijo el dueño—. Será mejor que sacuda el polvo de las maletas. Sospecho que en cualquier momento habrá aquí un tropel de clientes.

—¿Cree usted que si es esta la Gran Guerra de la que tanto se ha hablado las gentes de Marte volverán a la Tierra?

—Es curioso, padre; pero sí, creo que volverán, todos. Ya sé que hemos venido huyendo de muchas cosas: la política, la bomba atómica, la guerra, los grupos de presión, los prejuicios, las leyes; ya lo sé. Pero nuestro hogar está aún allá abajo. Espere y verá. Cuando la primera bomba atómica caiga en los Estados Unidos, la gente de aquí arriba comenzará a pensar. No han vivido aquí bastante tiempo. No más de un par de años. Si hubieran pasado aquí cuarenta años, todo sería distinto; pero allá abajo están sus parientes, y los pueblos donde nacieron. Yo ya no puedo creer en la Tierra; apenas puedo imaginármela. Pero yo soy viejo. No cuento. Podría quedarme aquí.

—Lo dudo.

—Sí, tiene usted razón.

De pie, en el porche, contemplaron las estrellas. Al fin el padre Peregrine sacó algún dinero del bolsillo y se lo dio al propietario.

—Ahora que lo pienso, mejor que me dé una maleta nueva. La que tengo está muy estropeada...



viernes, 28 de noviembre de 2014

"Tráiler", mejor que "trailer"


Tráiler es la adaptación al español del término inglés trailer, en referencia a los ‘fragmentos de una película que se proyectan antes de su estreno con fines publicitarios’.

El Diccionario panhispánico de dudas recoge tráiler como ‘extracto de una película que se proyecta, con fines publicitarios, antes de su estreno’. Por otra parte, lo apropiado es escribir este término con tilde conforme a las normas de la Ortografía de la lengua española. En el Diccionario académico, en la entrada de tráiler, se remite a avance, que se presenta como una variante válida en español dentro del campo cinematográfico.

Su plural es tráileres, tal y como propone la norma de formación de plurales de la Ortografía académica. 

Fuente: Fundéu (Fundación del Español Urgente)


viernes, 21 de noviembre de 2014

"Carta a un reportero", Antón Chéjov


Esta semana hubo seis incendios grandes y cuatro pequeños. Se suicidó un joven por el amor apasionado hacia una dama, y esa misma dama enloqueció al conocer su muerte. El portero Guskin se ahorcó porque había consumido en exceso. El día de ayer se hundió un bote con dos tripulantes y un niño pequeño… ¡Pobre niño! En los jardines públicos de La Arcadia, le agujerearon la espalda a cierto comerciante y casi le rompen la crisma. Atraparon a cuatro ladronzuelos bien vestidos, y un tren de mercancías naufragó. ¡Lo sé todo, estimado señor mío! ¡Qué circunstancias tan diferentes! ¡Cuánto dinero tiene usted ahora y no me da a mí ni un kopek! ¡Los buenos caballeros no hacen eso! 
Su sastre, Zmirlóv.


Informó: El hombre sin bazo.

viernes, 14 de noviembre de 2014

"Ortiba" y "ortiva", lunfardo


El lunfardo es un vocabulario, un conjunto de palabras que derivan de la deformación de términos gauchescos y de la interacción del castellano, debido a la inmigración europea hacia la Argentina, con palabras que provienen de otros idiomas, como el inglés y el francés. Muchos términos del lunfardo se encuentran en letras de tango; de hecho, se puede decir que el lunfardo es el idioma del tango.

Asimismo, bastantes palabras del lunfardo se refieren a la policía, al robo, a la cárcel y a la delincuencia. Esto se debe a que surgieron de la mano de los presos, que las usaban como códigos internos para que las autoridades no los entendieran. A comienzos del siglo xx, su uso comenzó a extenderse hacia toda la sociedad.


La palabra ortiba proviene de batidor (hablar de más, delatar). En cambio, ortiva se generalizó como aguafiestas, amargado, aburrido o quien no quiere colaborar.

Fuente: ¡Ay!, ahí hay un error

sábado, 8 de noviembre de 2014

"La torre", H. P. Lovecraft


Desde esa esquina se puede ver la torre. Si el testigo abandona por un segundo el ruido de la vida porteña, descubrirá tras las paredes circulares un aquelarre. El eco del mismo lugar que la humanidad resguarda en la penumbra bajo diferentes disfraces. La esencia de los cimientos de construcciones tan antiguas como las pirámides y Stonehenge. Allí se suceden acontecimientos —incluso próximos a lo cotidiano— que atraen a hados y demonios.

Fue lupanar y fumadero de opio. Acaso alguno de sus visitantes haya dejado el alma allí preso del puñal de un malevo. Pero fue cuando llegó aquella artista pálida, María Krum, que su esencia brotó al fin. Recuerdo que apenas salía para hacer visitas a la universidad. Fue en su biblioteca donde hojeó las páginas del prohibido Necronomicón. Mortal fue su curiosidad por la que recitó aquel hechizo. Quizá creyó que las paredes sin ángulos la protegerían de los sabuesos. Pero esas criaturas son hábiles, impetuosas, insaciables. Los vecinos oyeron el grito del día en que murió. Ahora forma parte de la superstición barrial. Pero yo sigo oyendo su sufrimiento y el jadeo de los Perros de Tíndalos que olfatean, hurgan y rastrean en la torre.

viernes, 31 de octubre de 2014

"Halloween", escritura correcta


Con motivo de la celebración de Halloween —que se festeja en algunos países la víspera del Día de Todos los Santos—, la Fundación del Español Urgente nos recuerda que debe escribirse con mayúscula inicial, sin redonda y sin comillas.

Según la Ortografía de la lengua española, los sustantivos y adjetivos que forman parte del nombre de festividades se escriben con inicial mayúscula en todas las palabras significativas.

Por tanto, lo adecuado es escribir con mayúscula inicial Halloween, que es la contracción de la expresión inglesa All Hallow's Eve, cuyo significado es 'víspera del Día de Todos los Santos'.

También se escriben con mayúsculas iniciales Día de Todos los Santos, Día de los Fieles Difuntos y Día de los Muertos.

Fuente: Fundéu

sábado, 18 de octubre de 2014

"Orientación de los gatos", Julio Cortázar



Cuando Alana y Osiris me miran no puedo quejarme del menor disimulo, de la menor duplicidad. Me miran de frente, Alana su luz azul y Osiris su rayo verde. También entre ellos se miran así, Alana acariciando el negro lomo de Osiris que alza el hocico del plato de leche y maúlla satisfecho, mujer y gato conociéndose desde planos que se me escapan, que mis caricias no alcanzan a rebasar. Hace tiempo que he renunciado a todo dominio sobre Osiris, somos buenos amigos desde una distancia infranqueable; pero Alana es mi mujer y la distancia entre nosotros es otra, algo que ella no parece sentir pero que se interpone en mi felicidad cuando Alana me mira, cuando me mira de frente igual que Osiris y me sonríe o me habla sin la menor reserva, dándose en cada gesto y cada cosa como se da en el amor, allí donde todo su cuerpo es como sus ojos, una entrega absoluta, una reciprocidad ininterrumpida.

Es extraño; aunque he renunciado a entrar de lleno en el mundo de Osiris, mi amor por Alana no acepta esa llaneza de cosa concluida, de pareja para siempre, de vida sin secretos. Detrás de esos ojos azules hay más, en el fondo de las palabras y los gemidos y los silencios alienta otro reino, respira otra Alana. Nunca se lo he dicho, la quiero demasiado para trizar esta superficie de felicidad por la que ya se han deslizado tantos días, tantos años. A mi manera me obstino en comprender, en descubrir; la observo pero sin espiarla; la sigo pero sin desconfiar; amo una maravillosa estatua mutilada, un texto no terminado, un fragmento de cielo inscrito en la ventana de la vida.

Hubo un tiempo en que la música me pareció el camino que me llevaría de verdad a Alana; mirándola escuchar nuestros discos de Bártok, de Duke Ellington, de Gal Costa, una transparencia paulatina me ahondaba en ella, la música la desnudaba de una manera diferente, la volvía cada vez más Alana porque Alana no podía ser solamente esa mujer que siempre me había mirado de lleno sin ocultarme nada. Contra Alana, más allá de Alana, yo la buscaba para amarla mejor; y si al principio la música me dejó entrever otras Alanas, llegó el día en que frente a un grabado de Rembrandt la vi cambiar todavía más, como si un juego de nubes en el cielo alterara bruscamente las luces y las sombras de un paisaje. Sentí que la pintura la llevaba más allá de sí misma para ese único espectador que podía medir la instantánea metamorfosis nunca repetida, la entrevisión de Alana en Alana. Intercesores involuntarios, Keith Jarrett, Beethoven y Aníbal Troilo me habían ayudado a acercarme, pero frente a un cuadro o un grabado Alana se despojaba todavía más de eso que creía ser, por un momento entraba en un mundo imaginario para, sin saberlo, salir de sí misma, yendo de una pintura a otra, comentándolas o callando, juego de cartas que cada nueva contemplación barajaba para aquel que sigiloso y atento, un poco atrás o llevándola del brazo, veía sucederse las reinas y los ases, los piques y los tréboles, Alana.

¿Qué se podía hacer con Osiris? Darle su leche, dejarlo en su ovillo negro satisfactorio y ronroneante; pero a Alana yo podía traerla a esta galería de cuadros como lo hice ayer, una vez más asistir a un teatro de espejo y de cámaras oscuras, de imágenes tensas en la tela frente a esa otra imagen de alegres jeans y blusa roja que después de aplastar el cigarrillo a la entrada iba de cuadro en cuadro, deteniéndose exactamente a la distancia que su mirada requería, volviéndose a mí de tanto en tanto para comentar o comparar. Jamás hubiera podido descubrir que yo no estaba ahí por los cuadros, que un poco atrás o de lado mi manera de mirar nada tenía que ver con la suya. Jamás se daría cuenta de que su lento y reflexivo paso de cuadro en cuadro la cambiaba hasta obligarme a cerrar los ojos y luchar para no apretarla en los brazos y llevármela al delirio, a una locura de carrera en plena calle. Desenvuelta, liviana en su naturalidad de goce y descubrimiento, sus altos y sus demoras se inscribían en un tiempo diferente del mío, ajeno a la crispada espera de mi sed.

Hasta entonces todo había sido un vago anuncio, Alana en la música, Alana frente a Rembrandt. Pero ahora mi esperanza empezaba a cumplirse casi insoportablemente; desde nuestra llegada Alana se había dado a las pinturas con una atroz inocencia de camaleón, pasando de un estado a otro sin saber que un espectador agazapado acechaba en su actitud, en la inclinación de su cabeza, en el movimiento de sus manos o sus labios el cromatismo interior que la recorría hasta mostrarla otra, allí donde la otra era siempre Alana sumándose a Alana, las cartas agolpándose hasta completar la baraja. A su lado, avanzando poco a poco a lo largo de los muros de la galería, la iba viendo darse a cada pintura, mis ojos multiplicaban un triángulo fulminante que se tendía de ella al cuadro y del cuadro a mí mismo para volver a ella y aprehender el cambio, la aureola diferente que la envolvía un momento para ceder después a un aura nueva, a una tonalidad que la exponía a la verdadera, a la última desnudez. Imposible prever hasta dónde se repetiría esa ósmosis, cuántas nuevas Alanas me llevarían por fin a la síntesis de la que saldríamos los dos colmados, ella sin saberlo y encendiendo un nuevo cigarrillo antes de pedirme que la llevara a tomar un trago, yo sabiendo que mi larga búsqueda había llegado a puerto y que mi amor abarcaría desde ahora lo visible y lo invisible, aceptaría la limpia mirada de Alana sin incertidumbres de puertas cerradas, de pasajes vedados.

Frente a una barca solitaria y un primer plano de rocas negras, la vi quedarse inmóvil largo tiempo; un imperceptible ondular de las manos la hacía como nadar en el aire, buscar el mar abierto, una fuga de horizontes. Ya no podía extrañarme que esa otra pintura donde una reja de agudas puntas vedaba el acceso a los árboles linderos la hiciera retroceder como buscando un punto de mira; de golpe era la repulsa, el rechazo de un límite inaceptable. Pájaros, monstruos marinos, ventanas dándose al silencio o dejando entrar un simulacro de la muerte, cada nueva pintura arrasaba a Alana despojándola de su color anterior, arrancando de ella las modulaciones de la libertad, del vuelo, de los grandes espacios, afirmando su negativa frente a la noche y a la nada, su ansiedad solar, su casi terrible impulso de ave fénix. Me quedé atrás sabiendo que no me sería posible soportar su mirada, su sorpresa interrogativa cuando viera en mi cara el deslumbramiento de la confirmación, porque eso era también yo, eso era mi proyecto Alana, mi vida Alana, eso había sido deseado por mí y refrenado por un presente de ciudad y parsimonia, eso ahora al fin Alana, al fin Alana y yo desde ahora, desde ya mismo. Hubiera querido tenerla desnuda en los brazos, amarla de tal manera que todo quedara claro, todo quedara dicho para siempre entre nosotros, y que de esa interminable noche de amor, nosotros que ya conocíamos tantas, naciera la primera alborada de la vida.

Llegábamos al final de la galería; me acerqué a la puerta de salida ocultando todavía la cara, esperando que el aire y las luces de la calle me volvieran a lo que Alana conocía de mí. La vi detenerse ante un cuadro que otros visitantes me habían ocultado, quedarse largamente inmóvil mirando la pintura de una ventana y un gato. Una última transformación hizo de ella una lenta estatua nítidamente separada de los demás, de mí que me acercaba indeciso buscándole los ojos perdidos en la tela. Vi que el gato era idéntico a Osiris y que miraba a lo lejos algo que el muro de la ventana no nos dejaba ver. Inmóvil en su contemplación, parecía menos inmóvil que la inmovilidad de Alana. De alguna manera sentí que el triángulo se había roto; cuando Alana volvió hacia mí la cabeza el triángulo ya no existía, ella había ido al cuadro pero no estaba de vuelta, seguía del lado del gato mirando más allá de la ventana donde nadie podía ver lo que ellos veían, lo que solamente Alana y Osiris veían cada vez que me miraban de frente.

viernes, 10 de octubre de 2014

¿"Hecho" o "echo"?



A menudo, estas dos palabras suelen causar algunas confusiones, pero es importante tener en cuenta que echo es de echar (tirar(se), tender(se), hacer salir a alguien de un lugar): "Lo echaron de su trabajo", y hecho es de hacer: "Han hecho la tarea". Hechar no existe.

sábado, 4 de octubre de 2014

"No bien" y "ni bien"



A pesar de que está muy incorporado, es incorrecto usar ni bien como 'en el momento en que'; la locución correcta es no bien. Por ejemplo: "Te llamaré ni bien llegue a casa", en realidad debe ser: "Te llamaré no bien llegue a casa".

La construcción no bien tiene el sentido de 'en el momento en que'. Tanto la RAE (Real Academia Española) como la Fundéu (Fundación del Español Urgente) marcan la diferencia y, por el momento, no consideran válida la expresión usada habitualmente en el habla cotidiano, ni bien.

Fuente: ¡Ay!, ahí hay un error

sábado, 27 de septiembre de 2014

"Marionetas S. A.", Ray Bradbury


Caminaban lentamente por la calle, a eso de las diez de la noche, hablando con tranquilidad. No tenían más de treinta y cinco años. Estaban muy serios. 

—Pero ¿por qué tan temprano? —dijo Smith.

—Porque sí —dijo Braling.

—Tu primera salida en todos estos años y te vuelves a casa a las diez.

—Nervios, supongo.

—Me pregunto cómo te las habrás ingeniado. Durante diez años he tratado de sacarte a beber una copa. Y hoy, la primera noche, quieres volver en seguida.

—No tengo que abusar de mi suerte —dijo Braling.

—Pero ¿qué has hecho? ¿Le has dado un somnífero a tu mujer?

—No. Eso sería inmoral. Ya verás.

Doblaron la esquina.

—De veras, Braling, odio tener que decírtelo, pero has tenido mucha paciencia con ella. Tu matrimonio ha sido terrible.

—Yo no diría eso.

—Nadie ignora cómo consiguió casarse contigo. Allá, en 1979, cuando ibas a salir para Río.

—Querido Río. Tantos proyectos y nunca llegué a ir.

—Y cómo ella se desgarró la ropa, y se desordenó el cabello, y te amenazó con llamar a la policía si no te casabas con ella.

—Siempre fue un poco nerviosa, Smith, entiéndelo.

—Había algo más. Tú no la querías. Se lo dijiste, ¿no es así?

—En eso siempre fui muy firme.

—Pero sin embargo te casaste.

—Tenía que pensar en mi empleo, y también en mi madre, y en mi padre. Una cosa así hubiese terminado con ellos.

—Y han pasado diez años.

—Sí —dijo Braling, mirándolo serenamente con sus ojos grises—. Pero creo que todo va a cambiar. Mira.

Braling sacó un largo billete azul.

—¡Cómo! ¡Un billete para Río! ¡El cohete del jueves!

—Sí, al fin voy a hacer mi viaje.

—¡Es maravilloso! Te lo mereces de veras. Pero ¿y tu mujer, no se opondrá? ¿No te hará una escena?

Braling sonrió nerviosamente.

—No sabe que me voy. Volveré de Río de Janeiro dentro de un mes y nadie habrá notado mi ausencia, excepto tú.

Smith suspiró.

—Me gustaría ir contigo.

—Pobre Smith, tu matrimonio no ha sido precisamente un lecho de rosas, ¿eh?

—No, exactamente. Casado con una mujer que todo lo exagera. Es decir, después de diez años de matrimonio, ya no esperas que tu mujer se te siente en las rodillas dos horas todas las noches; ni que te llame al trabajo doce veces al día, ni que te hable en media lengua. Y parece como si en este último mes se hubiese puesto todavía peor. Me pregunto si no será una simple.

—Ah, Smith, siempre el mismo conservador. Bueno, llegamos a mi casa. ¿Quieres conocer mi secreto? ¿Cómo pude salir esta noche?

—Me gustaría saberlo.

—Mira allá arriba —dijo Braling.

Los dos hombres se quedaron mirando el aire oscuro. En una ventana del segundo piso apareció una sombra. Un hombre de treinta y cinco años, de sienes canosas, ojos tristes y grises y bigote minúsculo se asomó y miró hacia abajo.

—Pero, cómo, ¡eres tú! —gritó Smith.

—¡Chist! ¡No tan alto!

Braling agitó una mano. El hombre respondió con un ademán y desapareció.

—Me he vuelto loco —dijo Smith.

—Espera un momento.

Los hombres esperaron. Se abrió la puerta de calle y el alto caballero de los finos bigotes y los ojos tristes salió cortésmente a recibirlos.

—Hola, Braling —dijo.

—Hola, Braling —dijo Braling.

Eran idénticos. Smith abría los ojos.

—¿Es tu hermano gemelo? No sabía que…

—No, no —dijo Braling serenamente—. Inclínate. Pon el oído en el pecho de Braling Dos. Smith titubeó un instante y al fin se inclinó y apoyó la cabeza en las impasibles costillas. Tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic.

—¡Oh, no! ¡No puede ser!

—Es.

—Déjame escuchar de nuevo. 

Tlc-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic. 

Smith dio un paso atrás y parpadeó, asombrado. Extendió una mano y tocó los brazos tibios y las mejillas del muñeco.

—¿Dónde lo conseguiste?

—¿No está bien hecho?

—Es increíble. ¿Dónde?

—Dale al señor tu tarjeta, Braling Dos.

Braling Dos movió los dedos como un prestidigitador y sacó una tarjeta blanca.

MARIONETAS, SOCIEDAD ANÓNIMA

Duplicados de sus amigos o de usted mismo. Nuevos Modelos 1990 de humanoides plásticos, desde 7600 a 15 000 dólares, modelo de lujo. Funcionamiento garantizado.

—No —dijo Smith.

—Sí —dijo Braling.

—Claro que sí —dijo Braling Dos.

—¿Desde cuándo lo tienes?

—Desde hace un mes. Lo guardo en el sótano, en el cajón de las herramientas. Mi mujer nunca baja, y solo yo tengo la llave del cajón. Esta noche dije que salía a comprar unos cigarros. Bajé al sótano, saqué a Braling Dos de su encierro, y lo mandé arriba, para que acompañara a mi mujer, mientras yo iba a verte, Smith.

—¡Maravilloso! ¡Hasta huele como tú! ¡Perfume de Bond Street y tabaco Melachrinos!

—Quizás me preocupe por minucias, pero creo que me comporto correctamente. Al fin y al cabo, mi mujer me necesita a mí. Y esta marioneta es igual a mí, hasta el último detalle. He estado en casa toda la noche. Estaré en casa con ella todo el mes próximo. Mientras tanto otro caballero paseará al fin por Río. Diez años esperando ese viaje. Y cuando yo vuelva de Río, Braling Dos volverá a su cajón. Smith reflexionó un minuto o dos.

—¿Y seguirá marchando solo durante todo ese mes? —preguntó al fin.

—Y durante seis meses, si fuese necesario. Puede hacer cualquier cosa: ;comer, dormir, transpirar cualquier cosa, y de un modo totalmente natural. Cuidarás muy bien a mi mujer, ¿no es cierto, Braling Dos?

—Su mujer es encantadora —dijo Braling Dos—. Estoy tomándole cariño. 

Smith se estremeció.

—¿Y desde cuándo funciona Marionetas, S. A.?

—Secretamente, desde hace dos años.

—Podría yo… quiero decir, sería posible… —Smith tomó a su amigo por el codo—. ¿Me dirías dónde puedo conseguir un robot, una marioneta, para mí? Me darás la dirección, ¿no es cierto?

—Aquí la tienes.

Smith tomó la tarjeta y la hizo girar entre los dedos.

—Gracias —dijo—. No sabes lo que esto significa. Un pequeño respiro. Una noche, una vez al mes… Mi mujer me quiere tanto que no me deja salir ni una hora. Yo también la quiero mucho, pero recuerda el viejo poema: "El amor volará si lo dejas; el amor volará si lo atas". Solo deseo que ella afloje un poco su abrazo.

—Tienes suerte, después de todo. Tu mujer te quiere. La mía me odia. No es tan sencillo.

—Oh, Nettie me quiere locamente. Mi tarea consistirá en que me quiera cómodamente.

—Buena suerte, Smith. No dejes de venir mientras estoy en Río. Mi mujer se extrañará si desaparecieras de pronto. Tienes que tratar a Braling Dos, aquí presente, lo mismo que a mí.

—Tienes razón. Adiós. Y gracias.

Smith se fue, sonriendo, calle abajo. Braling y Braling Dos se encaminaron hacia la casa. Ya en el ómnibus, Smith examinó la tarjeta silbando suavemente. 

Se ruega al señor cliente que guarde el secreto. Aunque ha sido presentado al Congreso un proyecto para legalizar Marionetas, S. A., la ley pena aún el uso de los robots.

—Bueno —dijo Smith.

Se le sacará al cliente un molde del cuerpo y una muestra del color de los ojos, labios, cabellos, piel, etc. El cliente deberá esperar dos meses a que su modelo esté terminado.

No es tanto, pensó Smith. De aquí a dos meses, mis costillas podrán descansar al fin de los apretujones diarios. De aquí a dos meses, mi mano se curará de esta presión incesante. De aquí a dos meses, mi aplastado labio inferior recobrará su tamaño normal. No quiero parecer ingrato, pero… Smith dio vuelta la tarjeta. 

Marionetas, S. A. funciona desde hace dos años. Se enorgullece de poseer una larga lista de satisfechos clientes. Nuestro lema es "Nada de ataduras". Dirección: 43 South Wesley.

El ómnibus se detuvo. Smith descendió, y caminó hasta su casa diciéndose a sí mismo: Nettie y yo tenemos quince mil dólares en el banco. Podría sacar unos ocho mil con la excusa de un negocio. La marioneta me devolverá el dinero, y con intereses. Nettie nunca lo sabrá.

Abrió la puerta de su casa y poco después entraba en el dormitorio. Allí estaba Nettie, pálida, gorda, y serenamente dormida.

—Querida Nettie. —Al ver en la semioscuridad ese rostro inocente, Smith se sintió aplastado, casi, por los remordimientos—. Si estuvieses despierta me asfixiarías con tus besos y me hablarías al oído. Me haces sentir, realmente, como un criminal. Has sido una esposa tan cariñosa y tan buena. A veces me cuesta creer que te hayas casado conmigo, y no con Bud Chapman, aquel que tanto te gustaba. Y en este último mes has estado todavía más enamorada que antes.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sintió de pronto deseos de besarla, de confesarle su amor, de hacer pedazos la tarjeta, de olvidarse de todo el asunto. Pero al adelantarse hacia Nettie sintió que la mano le dolía y que las costillas se le quejaban. Se detuvo, con ojos desolados, y volvió la cabeza. Salió de la alcoba y atravesó las habitaciones oscuras. Entró canturreando en la biblioteca, abrió uno de los cajones del escritorio y sacó la libreta de cheques.

—Solo ocho mil dólares —dijo—. No más. —Se detuvo—. Un momento. 

Hojeó febrilmente la libreta.

—¡Pero cómo! —gritó—. ¡Faltan diez mil dólares! —Se incorporó de un salto—. ¡Solo quedan cinco mil!

¿Qué ha hecho Nettie? ¿Qué ha hecho con ese dinero? ¿Más sombreros, más vestidos, más perfumes? ¡Ya sé! ¡Ha comprado aquella casita a orillas del Hudson de la que ha estado hablando durante tantos meses! Se precipitó hacia el dormitorio, virtuosamente indignado. ¿Qué era eso de disponer así del dinero? Se inclinó sobre su mujer.

—¡Nettie! —gritó—. ¡Nettie, despierta!

Nettie no se movió.

—¡Qué has hecho con mi dinero! —rugió Smith.

Nettie se agitó, ligeramente. La luz de la calle brillaba en sus hermosas mejillas. A Nettie le pasaba algo. El corazón de Smith latía con violencia. Se le secó la boca. Se estremeció. Se le aflojaron las rodillas.

—¡Nettie, Nettie! —dijo—. ¿Qué has hecho con mi dinero?

Y en seguida, esa idea horrible. Y luego el terror y la soledad. Y luego el infierno, y la desilusión. Smith se inclinó hacia ella, más y más, hasta que su oreja febril descansó, firmemente, irrevocablemente, sobre el pecho redondo y rosado.

—¡Nettie! —gritó.

Tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic.

Mientras Smith se alejaba por la avenida, internándose en la noche, Braling y Braling Dos se volvieron hacia la puerta de la casa.

—Me alegra que él también pueda ser feliz —dijo Braling.

—Sí —dijo Braling Dos distraídamente.

—Bueno, ha llegado la hora del cajón, Braling Dos.

—Precisamente quería hablarle de eso —dijo el otro Braling mientras entraban en la casa—. El sótano. No me gusta. No me gusta ese cajón.

—Trataré de hacerlo un poco más cómodo.

—Las marionetas están hechas para andar, no para quedarse quietas. ¿Le gustaría pasarse las horas metido en un cajón?

—Bueno…

—No le gustaría nada. Sigo funcionando. No hay modo de pararme. Estoy perfectamente vivo y tengo sentimientos.

—Esta vez solo será por unos días. Saldré para Río y entonces podrás salir del cajón. Podrás vivir arriba. Braling Dos se mostró irritado.

—Y cuando usted regrese de sus vacaciones, volveré al cajón.

—No me dijeron que iba a vérmelas con un modelo difícil.

—Nos conocen poco —dijo Braling Dos—. Somos muy nuevos. Y sensitivos. No me gusta nada imaginarlo al sol, riéndose, mientras yo me quedo aquí pasando frío.

—Pero he deseado ese viaje toda mi vida —dijo Braling serenamente.

Cerró los ojos y vio el mar y las montañas y las arenas amarillas. El ruido de las olas le acunaba la mente. El sol le acariciaba los hombros desnudos. El vino era magnífico.

—Yo nunca podré ir a Río —dijo el otro—. ¿Ha pensado en eso?

—No, yo…

—Y algo más. Su esposa.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó Braling alejándose hacia la puerta del sótano.

—La aprecio mucho.

Braling se pasó nerviosamente la lengua por los labios.

—Me alegra que te guste.

—Parece que usted no me entiende. Creo que… estoy enamorado de ella.

Braling dio un paso adelante y se detuvo.

—¿Estás qué?

—Y he estado pensando —dijo Braling Dos— qué hermoso sería ir a Río, y yo que nunca podré ir… Y he pensado en su esposa y… creo que podríamos ser muy felices, los dos, yo y ella.

—M-m-muy bien. —Braling caminó haciéndose el distraído hacia la puerta del sótano—. Espera un momento, ¿quieres? Tengo que llamar por teléfono. 

Braling Dos frunció el ceño.

—¿A quién?

—Nada importante.

—¿A Marionetas, Sociedad Anónima? ¿Para decirles que vengan a buscarme?

—No, no… ¡Nada de eso!

Braling corrió hacia la puerta. Unas manos de hierro lo tomaron por los brazos.

—¡No se escape!

—¡Suéltame!

—No.

—¿Te aconsejó mi mujer hacer esto?

—No.

—¿Sospechó algo? ¿Habló contigo? ¿Está enterada?

Braling se puso a gritar. Una mano le tapó la boca.

—No lo sabrá nunca, ¿me entiende? No lo sabrá nunca.

Braling se debatió.

—Ella tiene que haber sospechado. ¡Tiene que haber influido en ti!

—Voy a encerrarlo en el cajón. Luego perderé la llave y compraré otro billete para Río, para su esposa.

—¡Un momento, un momento! ¡Espera! No te apresures. Hablemos con tranquilidad.

—Adiós, Braling.

Braling se endureció.

—¿Qué quieres decir con "adiós"?

Diez minutos más tarde, la señora Braling abrió los ojos. Se llevó la mano a la mejilla. Alguien la había besado. Se estremeció y alzó la vista.

—Cómo… No lo hacías desde hace años —murmuró.


—Ya arreglaremos eso —dijo alguien.