viernes, 25 de julio de 2014

"Presidenta", femenino correcto


La palabra presidenta es una forma válida para aludir a las mujeres que ocupan ese cargo.

Dado que la mayoría de las palabras que han añadido el sufijo -nte son comunes en cuanto al género (como el donante y la donante, del verbo donar), a menudo se plantea la duda de si sucede lo mismo en el caso de presidente y ha de ser siempre la presidente cuando alude a una mujer.

Sin embargo, la Gramática académica explica que la voz presidenta es un femenino válido en el que se ha cambiado la e final por a, al igual que ocurre con asistenta, dependienta o intendenta. Puesto que, además, presidenta ya tiene registro académico desde el Diccionario de 1803 y se emplea desde mucho antes, no parece que haya motivo para no usar o incluso para no preferir esta forma cuando el referente es una mujer.

Fuente: Fundéu (Fundación del Español Urgente)

viernes, 18 de julio de 2014

¿Pastaflora o pastafrola?


Seguramente, esta sea una duda que nos habremos planteado más de una vez. 
Según la RAE (Real Academia Española), la forma correcta es pastaflora. La confusión surge porque en italiano es pasta frolla, por eso muchos decimos y escribimos pastafrola.

Fuente: ¡Ay!, ahí hay un error

viernes, 11 de julio de 2014

"El cautivo", Jorge Luis Borges


En Junín o en Tapalqué refieren la historia. Un chico desapareció después de un malón; se dijo que lo habían robado los indios. Sus padres lo buscaron inútilmente; al cabo de los años, un soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de ojos celestes que bien podía ser su hijo. Dieron al fin con él (la crónica ha perdido las circunstancias y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron reconocerlo. El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras de la lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil, hasta la casa.

Ahí se detuvo, tal vez porque los otros se detuvieron. Miró la puerta, como sin entenderla. De pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.

Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como un criatura o un perro, los padres y la casa.